jueves, 20 de octubre de 2016

No es una noche cualquiera

Era una fría noche de otoño, las hojas se movían tras de mí, asustada decidí acelerar el paso, mi casa no quedaba muy lejos cuando oí un llanto. Paré, miré a mi alrededor, pero no había nadie. Seguí andando, casi corriendo, llegué a escasos metros de mi casa cuando volví a oír ese llanto.
Mi respiración era entrecortada, dificultosa para no ser fumadora, apoyé mi mano sobre la pared, como si buscase algo que fuese real para sentirme segura.
Miré hacía delante, mi hogar se visualizaba tan cerca y tan lejos a la vez.
Pensé en echar a correr, pero con los tacones que llevaba seguramente acabaría rompiéndome un pie.
Lentamente me quité uno a uno los zapatos, pensé que si había alguien acechándome aquel tacón de diez centímetros me serviría de arma.
Descalza corrí y corrí hasta llegar a la puerta, en ese instante las hojas volvieron a moverse, no encontraba las llaves dentro del bolso al que me aferraba como si tuviese oro en su interior.
Intenté abrir la puerta, sin llave fue inútil, di la vuelta a la casa mientras el llanto se hacía más intenso y cercano a la vez.
Las ventanas cerradas y con las persianas bajadas, la puerta de detrás tampoco se abría y lo único que conseguía oír a parte del llanto era mi corazón, pero aquello me extrañó, pues no latía fuerte ni rápido, más bien al contrario.
Sentía que estaba nerviosa, pero no daba esa impresión.
Bajé las escaleras, dos escalones que daban a esa puerta cerrada, fui hacía el llanto, tal vez sabría algo o aclararía lo que estaba pasando.
Seguía descalza, notaba cada paso, pero no me dolía nada.
Aparté unas ramas que tapaban mi visión y fue cuando vi mi coche, salí corriendo hasta allí, pero no llegué, me vi antes, tirada en el suelo, aferrada a mi bolso, sin zapatos y ese llanto se hizo desgarrador e identificativo, mi hermana estaba junto a mi cuerpo, apenas entendía lo que decía, miré mi reloj, las doce en punto, medianoche de Halloween y fue cuando recordé todo...
Había bebido mucho y fue mi hermana quién decidió conducir para volver a casa, pero hacía mucho viento y lloviznaba, otro coche dio un volantazo saliéndose de la carretera y nos hizo  perder el control haciéndonos estrellarnos contra otro. El cinturón debió desabrocharse, o no debí ponérmelo, salí despedida del vehículo.
Y fue así como mi espíritu anda vagando sin rumbo, aterrorizando a mis enemigos y ayudando a quienes crean en mí.

Continuará...

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