Sus ojos habían perdido luz, las ojeras le devoraban la cara y no me sentía mejor.
Esa noche después de verla no comer, no socializarse y de no ducharse decidí dejarla dormir por un día.
Mientras paseaba por la cuidad veía como otras chicas de mi edad se divertían, eso mismo que yo no hacía.
Me gustaba estar en casa, leer o ver películas más que andar por ahí bailando o bebiendo, algo que añoro sin haberlo hecho.
En ese instante en el que la tristeza me embriagaba vi una silueta familiar, mi mejor amiga, con su cabello rubio y rizado se pavoneaba delante de todo aquel que quisiera mirar. Algo que nunca me gustó, pero respeté.
Me acerqué para ver quién era la nueva conquista de mi amiga y allí estaba mi novio, ¿ambos se consolaban ante mi pérdida? Entonces vi en mi mente aquella fotografía que me enfureció. Mi hermana no lo miraba con deseo, lo miraba así porque sabía su secreto.
Enfurecí al instante pensando en el daño que le había ocasionado a mi hermana.
Pero enfurecí más cuando vi sus labios sobre los de ella, decirle las mismas cosas que me decía a mí y que ninguno de los dos se sintiese mal me irritaba y llenaba de ira.
Así que hice lo que mejor se me daba, no sé cómo lo hice, me puse detrás de ella y fui acercándome a él hasta que me introduje en su cabeza haciendo que dejase de verla y me viese.
Parpadeó varias veces, no entendía lo que sus retinas le mostraban, incluso llegó a empujarla sin darle explicaciones para irse de allí inquieto y asustado como si hubiese visto un fantasma, a mí.
Muy retorcida y perversa
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