Salgo de casa sin ganas, con mi iPod soñando y dejándome llevar por eso que llamamos música.
Voy a la cafetería, como todos los días, sonrío a la camarera y me pone lo de siempre, lo de siempre.
Son las ocho y media y me voy al trabajo, el mismo camino, las mismas personas y los mismos papeles.
Cada mañana, cada tarde y cada noche mi vida es pura rutina.
No añoro su presencia, añoro unos brazos que me digan "¿qué tal el día?"
Un bocadillo de chorizo y las series de Fox son mi compañía cada anochecer hasta el amanecer.
Otro día más, ¿coleta o pelo suelto? Qué más da, nadie me mira jamás.
¿Por o para quién me arreglo? Tendría que ser por y para mí, pero no tengo ganas, mi vida dejó de ser rosa, ¡si alguna vez lo fue!
Vuelvo a la cafetería, hoy no está Alma, hay un chico que no conozco, detesto los cambios; me quito los auriculares y antes de que pudiera decirle lo que tomaré una voz desconocida se adelanta y pide mi desayuno de siempre por mí. Lo miro, me está mirando, pero no me es familiar, de hecho su aspecto me obliga a no sonreír. Le doy las gracias y vuelvo a ponerme los auriculares.
Él tampoco sonríe, de hecho ni vuelve a mirarme.
Lo veo irse, sin mediar palabra y a los minutos me voy yo, pero cuando pido la cuenta el camarero me dice que aquel desconocido lo ha pagado. Sonrío y salgo pensando en aquel chico con aspecto intimidante que me había invitado sin conocerme.
Mi día había empezado diferente y algo me decía que no sería como siempre.
No me quitaba la sonrisa tonta de la cara, me miré varias veces al espejo y ahí estaba ese brillo en mis ojos de que la autoestima estaba volviendo a mí.
Aunque aquel chico no fuese mi tipo, el hecho de aquel detalle había hecho que mi día fuera mejor, ¿tonterías verdad?
Me fui a casa después de un día largo y tanto trabajo. Mi rutina invadió mi noche aunque esta vez me fui a la cama pensando en él.
Por la mañana no cambié mi forma de pensar, no esperaba verlo, pero quería hacerlo.
Llegué a la cafetería y lo busqué, no lo encontré y mis ojos se llenaron de lágrimas por haber sido tan estúpidamente infantil e ilusionarme con nada.
Volvía a estar la camarera, sonreí y no hizo falta más para saber lo que quería, aunque esta vez lo hubiera preferido a él.
Cada vez que el tintineo de la puerta sonaba me giraba para mirar y decepcionarme después.
Si me seguía encantando llegaría tarde a los juzgados. Me levanté y dejé un billete de diez, pero la camarera me lo negó con la cabeza, me quite los auriculares para oír cómo me decía que tenía el desayuno pagado de toda la semana.
No me dijo quién era aquel desconocido, pero había conseguido que volviese a tener aquella sonrisa todo el día.
Se me hizo tarde trabajando y salí sobre las once de la noche, no me gustaba volver a casa sola tan tarde.
A dos manzanas de mi portal unos pasos me sorprendieron y acecharon. Mi respiración se acelera y justo cuando voy a pasar por un callejón unas manos tiran de mí y la otra mano me tapa la boca.
Le miro y lo reconozco, es el chico de la cafetería, señala con su dedo índice que me quede en silencio después de soltarme. Asiento con la cabeza sin dejar de mirarle. Me quita la mano de la boca, y me pone tras él. Vemos pasar al individuo que me seguía, se queda un rato quieto y mirando a su alrededor, me buscaba, estaba claro.
Pasó de largo y noté que volvía a respirar, aquel desconocido se giró y me miró compasivo.
Después de decirle veinte veces que estoy bien me acompañó a casa.
No sabía si sería igual o más peligroso que el otro, pero algo en él me hacía estar tranquila.
Cuando llegamos y viéndolo a la luz de la farola observé que sólo era una fachada de duro, sus ojos eran tiernos, su sonrisa dulce y sus labios muy apetecibles.
Lo miré sonriente y le di las gracias, pero de repente noté un ardor increíble que recorrió mi cuerpo y me abalancé sobre él abrazándolo muy fuerte sin pensar si él me lo devolvería, pero lo hizo e igual de fuerte que yo. Olía genial y le besé en la mejilla sin mediar una palabra más.
Nos miramos y su mirada se volvió intensa y oscura, sus manos envolvieron mi cara mientras sus labios rozaban los míos con cautela, abriéndose paso para dejar pasar una lengua juguetona.
Lo subí a mi casa, sí ya sé, estoy loca; me apoyó contra la pared y tocó cada centímetro de mi cuerpo repitiéndome lo hermosa que soy.
Me llevó a la cama después de indicarle donde era mi habitación, sacó de su cartera un preservativo y después de ponérselo me llevó al éxtasis muchas, muchísimas veces antes de llegar él.
Caímos redondos sobre la cama y dormimos hasta que mi despertador sonó, lo miré, lo busqué pero lo único que encontré fue mi mano en mi sexo húmedo. Sonreí al saber lo que había pasado, uno de mis sueños demasiado real para que fuese verdad.
Me duché y caminé hacia la cafetería y hoy si lo vi, le sonreí y le di las gracias por invitarme toda la semana a desayunar. Me devolvió la sonrisa y me senté a su lado, después de oír su nombre, ver sus tatuajes, y saber que mi sueño se haría realidad dejamos de ser unos desconocidos.
A veces los sueños se hacen realidad.
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