Te vistes, vas a trabajar y sigues la rutina, nada interesante hasta que te cruzaste en mi camino, me miraste y me hiciste sentir torpe, incompetente e inútil. No sabía si estaba haciéndolo bien, o si de verdad eran mis últimos días, lo único que tenía claro es que tu mirada me intimidaba de lo inquietante y misteriosa que era, y es.
Llegué a pensar que te caía mal, me odiabas sin conocerme y decidí no desistir hasta que consiguiese que tus labios dibujasen una sonrisa.
Fui pesada hasta para mí, pero me encantaba la idea de verte, meterme contigo y que no sonrieses, eso no tanto.
Estaba siendo una misión imposible que ahora recuerdo al notar tus manos sobre mis senos desnudos, notar tus labios sobre mi piel o verte sonreír al verme gemir.
Acaricias mi pelo, lo apartas suavemente de mi cuello para dejar tu huella y lo que más me gusta es el aroma de tu piel sobre el mío, cada noche, en el mismo lugar, en mis sueños te he de encontrar porque al despertar ya no estás.
Vuelvo a la realidad, ahí estás, y hoy sí; me has sonreído, hemos hablado, me has rozado y nuestras miradas se han encontrado.
¿Qué pasaría si los sueños se hiciesen realidad?
Que llegaríamos todos los días tarde a trabajar.
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